viernes, 3 de abril de 2015

ESTADOS UNIDOS,  GUIÑAPO
Arq. Vicente Vargas Ludeña                                                                          Marzo, 30 de 2015
Las burguesías Latino Americanas han sobrevivido exitosamente desde la Colonia. En aquellos tiempos medraban riqueza y algún  poder que la aristocracia les otorgaba. La liberación e independencia de las Metrópolis consolidó sus ámbitos territoriales, políticos, sociales; y en maridaje con la Iglesia Católica, fue para siempre que gobernó estos pueblos. Casi ininterrumpidamente.
Las élites primigenias fueron terratenientes, principalmente;  de arraigada conciencia feudal, bajo nivel cultural, visión pastoril del mundo, intérpretes del pensamiento escolástico como referente único y más próximo que tenían: la Iglesia y los frailes. Los conceptos de República, Estado-nación, democracia, eran balbuceos de abecedario desconocido, o por lo menos mal aprendido. Las naciones Europeas y Estados Unidos construían un corpus de Estados Modernos que sirvió de modelo al resto de naciones. Poco ha variado en el tiempo los esquemas de dominación. Pero la posmodernidad anuncia nuevos órdenes políticos.
Por doble vía, Estados Unidos se convirtió para el sur del Rio Grande en: tutora política y patrulla militar, modelo de libertad, democracia; aunque de vez en cuando engendraba un sátrapa “hijo de puta” que sin escrúpulos  lo reconocía. Para las burguesías locales los decálogos a imitar y  obedecer era lo que la gran potencia del norte impartía, esto las ubicaba en la línea del poder que necesitaban para mantenerse en él. Los pobres emigraban y los ricos extendían sus patrimonios.
La decadencia de los imperios es análoga a la vejez humana, el deterioro es progresivo y múltiple, va arruinando sistemáticamente el esplendor vital, hasta terminar en escombros. El Imperio Romano resistió doscientos años hasta derrumbarse la última piedra. Claro, los bárbaros que acechaban al imperio, para acabar con los ejércitos enemigos debían acercarse a tiro de flecha hasta las murallas, lo cual tomaba mucho tiempo. Hoy la caída puede ser estrepitosa; las mismas armas creadas al amparo del ingenio pujante se pueden volver contra sus patrocinadores. La serie televisiva “House of cards” estampa fugazmente el juego político en el corazón de la capital norteamericana. Todos los poderes del Estado envilecidos por ambiciones y veleidades sin límites. La felonía, vicios, adicciones, hasta la eliminación física de los incómodos actores que obstruyen el libre camino al poder total, son cotidianidades en el ajedrez político.
Estas prácticas en la serie no son fantasía pura, son extraídas de la constante realidad que viven los protagonistas de esa nación. Además la posmodernidad ha diseñado otras relaciones de “poder en el poder”. El Presidente Barak Obama no gobierna, el poder le es mezquino. No lo tiene. Tampoco las otras Instituciones republicanas ejercen soberanía: los poderes fácticos controlan el verdadero reino: interno y externo. El “sistema” financiero, bancario, mediático, la industria militar, el corporativismo empresarial que deambula por el mundo sometiendo a débiles gobiernos junto a rapaces halcones, son los únicos mandatarios. El Negro Nobel no gobierna.
Dado el carácter de Estado canalla que ha adquirido  por sus permanentes agresiones militares alrededor de la esfera terrena y su política exterior injerencista, ha salido en busca de aliados por doquier, especialmente europeos y otros de poca monta, creando monstruos para la muerte: La OTAN y otras organizaciones con eufemísticos apelativos. Su futuro no está seguro en ninguna parte. En consecuencia el País va rumbo a una conflagración para reafirmar su hegemonía imperial, si antes, a lo mejor, en el camino no asoma un invierno nuclear y cambian para siempre las agujas del destino.
Las campañas políticas y las elecciones en Estados Unidos son cada vez copia burda del tercer mundo -algunos Países, como Venezuela ha dejado en la prehistoria a EE. UU.-. Su clase política parece salida de un País africano: simplistas, superficiales, mediocres, mixtura de santones y gánsteres. Existen varias explicaciones: el voto no es obligatorio lo que prostituye la legitimidad de sus representantes elegidos; unos pocos eligen los demás delegan su voto, y otros, por perjuicios satánicos lo niegan. La concentración de la riqueza crea una falsa conciencia en la población: la política es sucia, complicada, jamás la ha ejercido el individuo; en consecuencia solo la deben practicar los de siempre. Es decir las élites. Solo ellos entienden ese otro mundo. Esta es una clave para comprender la supina ignorancia de la política de la sociedad norteamericana. El 99% de las personas adultas saben y practican más la religión y la santería de sectas que la política. El manoseo religioso actual, es un recuerdo ominoso del pasado hispanoamericano en los procesos político-electorales; es otro indicador de la decadencia del sistema. Todos los poderes son el resultado de groseros asaltos a la razón, cuya deslegitimación es elocuente: Tribunal Supremo 23%, Presidencia 11%, Congreso 5%. No podía faltar  el espíritu violento y guerrerista que han creado, las Fuerzas Armadas tienen el 50% de aceptación.
Otra lacra vigente y es la única en el mundo: la ilimitada generosidad de los donantes de dinero para las campañas electorales es una deshonesta trampa constitucionalmente vigente. No averigua procedencia del dinero. No son limosnas: son mega-inversiones. En el ejercicio del poder se debe redituar los gastos a toda costa y con creces. Según reportes, en las últimas elecciones de medio tiempo se invirtieron 4 mil millones de dólares. Las elecciones de Eisenhower en 1956 el costo fue de 13 millones de dólares. Se estima que las elecciones de 2016 estarán por los 5 mil millones. Cada elección supera a la anterior.
Los panegiristas de la excelencia empresarial la volvieron doctrina filosófica global. El Estado en el neoliberalismo se volvió una entelequia -cosa irreal-, y un obstáculo para el gobierno ilimitado corporativo. EE. UU. después de su harakiri terrorista del 9-11, justificó todas las infamias que vendrán luego: privatización del Estado, políticas de Seguridad Nacional, guerras y agresiones sin par. La doctrina de la excelencia empresarial y la inutilidad del Estado en la creación de riqueza es un mito que nos han hecho tragar universalmente. No existe riqueza sin Estado. Hasta hoy la sociedad no ha inventado otra forma de organización jurídico-política. Recordar que cuando asoman las catástrofes económicas por efectos de la rapiña corporativa, es el Estado que sale a poner los reales quitándole a su población para el salvataje financiero.
El auge del Estado de Seguridad Nacional y su marco legal correspondiente es un síntoma de un poder que se escapa a sus propias madrigueras; con lo cual modifica la legitimidad y la legalidad de los poderes Republicanos. Surgió un cuarto poder de facto. El País debe militarizarse, condición sine qua non, para la vigilancia, control de su población y del planeta. Este tipo de cosas son habituales en una era en la que el Estado de Seguridad Nacional no ha hecho más que fortalecerse, elaborando, duplicando y solapando una y otra vez las distintas partes de su creciente estructura laberíntica. Bases militares esparcidas por el globo, 17 Agencias de inteligencia y organizaciones subsidiarias y un  presupuesto militar demencial, son los agregados, entre otros, con los que el “sistema” beberá su propia cicuta.  

La desmovilización del pueblo, la búsqueda de subsidiarios espirituales: la religión y el complejo sistema de sectas, la delirante cotidianidad consumista como refugio al vacío comunitario; diagnostican,  procesos de desmoralización de la sociedad;  alejamiento de lo vital en el devenir; la feroz represión ante las protestas y reclamos de derechos legítimos de la población: son también  claves de una sociedad alienada y cosificada. En el siglo pasado frente a los excesos de las élites, la gente salió a la calle ante la guerra de Vietnam. Hoy el movimiento ciudadano Occupy Wall Street, se plantó en las Plazas para demostrar que no son ajenos a la desigualdad  social y económica que ha surgido de la entrañas del infierno: el 1% contra el 99%; inmediatamente fue anulado por la maquinaria represora en el nuevo marco legal, amenazando al inconforme protestante de podrirse en algún calabozo privatizado.

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