sábado, 17 de enero de 2015

                MIEDO

Arq. Vicente Vargas Ludeña                                                                         15-01-2015
La arquitectura de las emociones en la conducta humana es milenariamente rica y múltiple, desde la caverna, pasando por todas las formas que la civilización ha construido, hasta la modernidad liquida que nos habla Z. Bauman, y en la cual estamos zambullidos. Son estadios que objetivamente se expresan entre la naturaleza  y el artificio que las crea.
¿Cuáles son las emociones que carcomen y edifican al ser humano? ¿De qué sustancia están constituidas? Son varias las emociones que diariamente taladran la conciencia del individuo: miedo, ira, tristeza, repugnancia, alegría, satisfacción, entre las principales matrices que a su vez tejen variados y diferentes sentimientos. Sin embargo el miedo es el más atronador, cunde en todas las especies animales, y hasta se diría en el reino vegetal. Claro, la emoción es una reacción consciente del sujeto. Todas destruyen, pero también construyen porque llevan implícito su contrario; al miedo se opone el valor.
El miedo pertenece al sistema defensivo de la naturaleza, protege del peligro; el temor es subsidiario del miedo, azuza la huída, también limita, paraliza. La lucha por la vida organiza una amplia panoplia de instrumentos y procedimientos de protección. El repertorio defensivo de un  animal constituye un sistema tan necesario para su supervivencia como pueda serlo el sistema cardiovascular; porque incluye componentes sensoriales que detectan el peligro, componentes motores para la lucha o fuga; respuestas celulares, hormonales, secreciones miméticas, características estructurales como armaduras, caparazones, espinas etc. El miedo es una constante debilidad de la esperanza de una vida pletórica que amenaza naufragar en cualquier ruta hacia metas y logros. El miedo a la muerte es el tormento eterno desde que le encontramos sentido a la vida.
El miedo cuando se vuelve pesadilla construye su propia madriguera, ahí se refugia, crece, desarrolla y se convierte en angustia. La angustia se vuelve energía del absurdo existencial y esencia del ser humano; en ella caben todos los miedos, temores, terrores, pavores, aversiones, vergüenzas ansiedades, pánicos, perturbaciones. También languidecen la medrosa esperanza, la sombría melancolía, “el lobo estepario”; nuestros sórdidos miedos en el brumoso inframundo. Es prodigiosa para el deleite la literatura, y añadiría la filosofía existencial, desde Dostoievski, Kafka, Hesse, Camus, Sartre hasta Kierkergaard.
Entonces, razones sobradas existen para salir al encuentro del miedo, no para enfrentarlo, si, para conocerlo, para navegar por sus meandros, descubrir sus arsenales de destrucción masiva; y que sea esto, también, debo admitirlo, un ejercicio de exorcismo de mis propios infiernos.
El miedo es un sentimiento corruptor, el canalla conoce la debilidad de su víctima por eso la humilla, ofende, la somete; canjea el miedo por sus objetivos, el afectado se vuelve cómplice para evitar el suplicio; de ahí nace el síndrome de Estocolmo. El miedo es un sentimiento con causa conocida; la angustia es un sentimiento sin causa conocida. En el mundo del miedo la esperanza es una alegría inconstante surgida de una cosa pretérita cuya realización dudamos pero nos aferramos. También juega con la tristeza, la melancolía; construyendo sentimientos  inconstantes de angustiosas eternidades: la espera secular del amor perdido, o la infame fatalidad de los apóstoles predestinadores  del devenir apocalíptico.
Las religiones son la industria del miedo. Sus dioses son verdugos a tiempo completo, esperan que sus feligreses se revuelquen en sus debilidades y pesares para blandir la flamígera espada del infierno maldito. La biblia dice: “Dios es la salvación” ¿De qué promete salvarnos? J. A. Marina sostiene: “Para ligar al hombre a los dioses, nada mejor que el miedo”. El siguiente párrafo podría ser un manifiesto musulmán de los momentos actuales, y, por qué no, también de la Casa Blanca en Washington; pero lo es de 1513 en la cristiana Florencia del Renacimiento:”Habrá sangre en las calles, sangre en el rio, las gentes navegarán sobre lagos de sangre, sobre ríos de sangre. En el cielo han sido dejados en libertad dos millones de demonios, porque se han cometido mas maldades en el curso de estos últimos dieciocho años que en el curso de cinco mil precedentes”. Para diseñar la doctrina de la fe y darle un halo filosófico, los doctos del cristianismo se fundamentaron  en el pensamiento griego: crearon un hombre ideal, divino; lo llamaron Jesucristo enviado de Dios, sin embargo el miedo era una constante en su devenir; lo mismo podría decirse de la Biblia, es un extenso y verdadero tratado del miedo. El parangón que construyeron con la vida y muerte de Sócrates-Cristo es opuesta radicalmente. Sócrates murió serenamente -pudiendo haberse salvado- para acatar las leyes de la ciudad, fue durante siglos ejemplo de integridad y valor; Cristo en el Gólgota suda sangre fría y pide al “Padre” piedad. La conducta de los islamistas contemporáneos la constatamos diariamente, aun, es más aberrante.  Su yo, no existe, está plagado de angustia y de miedo, su inmolación es una colectiva catarsis eterna. La falta de argumentos políticos, no divinos,  su pobreza instrumental para la lucha y la vida lo lleva a estallar su cuerpo contra el enemigo, el miedo lo convierte en terror y este en un infernal terrorista.
N. Maquiavelo sostiene, “que el príncipe debe ser temido y amado, pero si tiene que elegir, es mejor que sea temido”. Continua: “El Amor emana de una obligación que queda rota ante cualquier motivo; mientras que el temor emana del miedo al castigo, el cual jamás te abandona”. Añade: “Hacerse amar es difícil e incierto. En cambio, hacerse temer es muy fácil”. T. Hobbes  también completa el concepto de Estado y el poder en la urdimbre del miedo: “Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras, sin fuerza para proteger al hombre, en modo alguno”. El hombre como el lobo, tiene garras y dientes. “En todos los lugares en que los hombres han vivido en pequeñas familias, robarse y expoliarse unos a otros ha sido un comercio, y lejos de ser reputado contra la ley de naturaleza, cuanto mayor era el botín obtenido, tanto mayor era el honor”. Para Hobbes  la multitud unida en una persona es el Estado: El Leviatán, monstruo apocalíptico capaz de someter la fiereza y anarquía de los individuos. Ese Leviatán es el poder, el soberano político. Sin embargo el fin del Estado no es dominar, per se,  a los hombres ni obligarlos mediante el temor a someterse al derecho ajeno, sino, al contrario, liberar a cada uno del temor a fin de que pueda vivir en plenitud. Napoleón defendía: “Cubre tu mano de acero con un guante de terciopelo”.
El poder es, en esencia amoral. La práctica y su ejercicio es un permanente aprendizaje de las circunstancias que rodean los hechos independientes del bien y del mal, como en el juego, no se juzga a los contrincantes por sus intenciones sino por el efecto de sus acciones. El tablero de ajedrez es un campo donde cada pieza se mueve por la acción de la pieza enemiga, independiente de su magnitud. Pero el poder no surge de infusiones divinas, ni de ángeles o arcángeles portadores del cetro; nace en la eterna lucha entre los individuos. En esa lucha, triunfa la élite que acumuló bienes materiales, armas, astucia mágica o religiosa, y fundamentalmente domina el miedo como instrumento de sometimiento. Esto no es de ayer, es hoy y será siempre. En consecuencia la clase social que ejerce poder conoce el sistema nervioso del miedo. La aristocracia presumía de excelsas cualidades de valentía, los caballeros medievales despreciaban a los siervos de la gleba por carecer de valor y ser posesos del miedo. En esas condiciones estaba garantizado el triunfo del ganador en el juego del poder.
Pocas veces en la historia humana, ese miedo ha cambiado de cancha y de bando. La modernidad creó nuevas formas de poder político, pero el Leviatán sigue siendo el mismo. Rebeliones,  revoluciones y otras formas convulsas de pugna han sometido a prueba esa  dialéctica de la sociedad y la historia.
En la modernidad liquida –según Bauman- donde todo está disuelto por la incertidumbre del miedo al miedo, los procesos políticos adquieren propiedades informes, nada es estable ni duradero; los modelos socio-económicos y políticos del pasado no se repetirán; lo único, que sin tener forma estable es la globalización financiera depredadora que azolará pueblos el primer mundo hasta los Iglús del Polo Norte. Nadie escapa al poder militar y del dinero.
Sin embargo, en las entrañas de las relaciones de poder las contradicciones se vuelven antagónicas y el miedo se asusta de sus propias sombras históricas y emigra lentamente de campo y de bando. La consigna del EZLN en 1994 de México:”Nos hemos despojado del miedo, ahora es la gran burguesía que se apodera del miedo”. Es el anuncio de lo que está sucediendo en gran parte de América Latina, en España con PODEMOS, Grecia con SIRYZA y otros pueblos con sus todas sus potencialidades.


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