SÍNDROME DEL DINERO
Arq. Vicente Vargas Ludeña 04/02/15
Barak Obama, Presidente de los Estados Unidos, expone que los
recursos que la Nación posee y sobre los que su economía se sustenta, entre
ellos, está el entretenimiento como filón inextinguible de su superestructura. Efectivamente,
la cultura es el esqueleto al que se lo debe recubrir con diversas pieles hasta
que adquiere forma de sistema; con ella la sociedad se caracteriza, se
identifica y adquiere el sello de pertenencia en la cotidianeidad de los
sujetos. Sirve para consumo interno y luego se exporta conjuntamente con los
marines en plan de conquista por el mundo; y sistemáticamente va adquiriendo la
forma de ideología del: American way of life, el Cow boy, la Big McDonald y
más.
De los medios de masas más eficaces, es hasta ahora: la
televisión. No tiene límites de penetración y su poder de ubicuidad en la vida
del individuo se convierte en parte de su conciencia. El cine a pesar que tiene
los mismos instrumentos técnicos, puede ser evadido por la gente, por su
temporalidad y su especificidad espacial. La televisión tiene poderes que
pueden hilvanar normas y formas de conducta secuencialmente en la memoria de las personas, dada la intermitencia
con la que se puede frecuentar. Es ahí, donde los gurús del entretenimiento
construyen un corpus inapelable al relato que desean transmitir o divulgar,
casi siempre en el marco de la violencia, sexo o juegos de poder.
La industria del entretenimiento como la llaman, para mí de
dudosa acepción, porque no transforma en objeto ninguna materia prima
instrumentalmente; claro que, desde la economía de escala es un producto de
grandes proporciones corporativas y empresariales. Una de las características
de la sociedad de consumo es el enaltecimiento de la novedad y la degradación
de la rutina; los programas de televisión triviales con moldes efímeros ya
explotados, no son apetecidos por el consumidor que exige cada vez más. Para
saciar esa hambre cosificante del individuo, de comprender el sistema en que
vive, matar su tiempo, embeberse de
superficialidades, huir de su magra
rutina; los señores de la pantalla
con cualquier ingrediente los valores
éticos y morales, son manoseados con
refinado gusto estético y técnico. De aquí nacen las SERIES con diferentes
temáticas que entretienen, nada cuestionan, simplemente la exponen con la
crudeza pertinente del crimen a mansalva. La reflexión que a continuación hago
sobre la serie Breaking Bad, no es, ni remotamente una queja moral; es
simplemente, una interpretación de la compleja magnitud del sistema en la
sociedad norteamericana.
Breaking Bad (volviéndose malo o corrompiéndose), según sus
panegiristas y divulgadores, es la serie
de televisión jamás vista en Estados Unidos; ha disparado todos los de
indicadores de sintonía, recaudación, reconocimientos y premiaciones; ha dejado
latentes efectos morales en alguna parte de la sociedad y en los analistas. Sin
pujos de crítico, la considero una obra de alta factura técnica y estética:
Precisa, colorida, polisémica, cuyo relato explota con destreza el mundo del
narcotráfico y sus víctimas, la laxitud de la ley y la ruptura de todo horizonte moral.
Son el arquetipo de dos familias norteamericanas,
relacionadas por lazos de consanguineidad. Dos hermanas casadas: la una, Slyler
esposa de Walter White, versado profesor de química de enseñanza media; la otra
Marie, unida con un agente de alto rango de la DEA, Hank Schrader. Las razones
de White para involucrarse en el delito de la droga es su peligrosa enfermedad
cancerígena y el incierto futuro económico de su familia: esposa, hijo e hija;
y por supuesto sus altos conocimientos técnico-científicos en el manejo de
formulas anfetamínicas. Hank concuñado de Walter, es un aburrido agente
antinarcóticos tal como lo demuestra su propia Organización, que sin evidentes
actos de corrupción, tampoco responde a las exigencias de la sociedad. Entonces
White, se inicia en la producción del narcótico, involucrando a Jesse Pinkman
ex alumno suyo, ya sin esperanza, y atrapado
en el trasiego y consumo de drogas en la calle. Se inicia en un improvisado
laboratorio, un rústico furgón para
“cocinar” la anfetamina. La calidad del cristal que cocina es del 97% de
pureza, lo que lo convierte en néctar de alta demanda en el mercado callejero,
produciendo enorme rentabilidad económica.
El éxito del producto, la existencia de un mercado cautivo de
drogas en la sociedad, capos dispuestos a involucrarse en el rentable negocio,
Walter White y todos los que lo rodean quedan atrapados para siempre en ese
vórtice que cada vez adquiere más dimensión y velocidad hasta terminar tragados
en sus oscuras profundidades. La producción de la droga adquiere proporciones
alucinantes, se industrializa, se vuelve una mercancía de exportación; y el
manejo lo realizan imperios económicos y criminales. No podía faltar el
intermediario entre el delincuente y la ley: el Abogado Saul Goodman -de
descollante actuación- su soltura, sus argumentos, el domino de la ley y sus
grietas, el conocimiento detallado de las debilidades de los agentes, los
meandros que debe recorrer el dinero para su licitud, la experiencia de las
conductas y sicologías humanas; lo hace artífice de que todo se puede en la
vida de la calle y también debajo; además, anticipándose siempre a posible desastres ante contingentes acciones
de sus impredecibles clientes. Su eslogan es: “Mejor Llame a Saul”.
La vorágine que provoca el intermitente y caudaloso ingreso
de dinero a la talega de Walter, todo lo que toca y ama va contagiado de miedo,
sospecha y desprecio a sí mismo. White ha demolido su conciencia, no tiene
quien le reproche, desterró los escrúpulos, no hay cercos morales ya en su
vida. Los otros, siguen la misma estela de desastres y lúgubres vidas. Son
vidas que se enfrentan a la hipocresía del sistema, además lo desafían.
No cabe duda, es un excelente guión y una maestra obra para la pantalla del hogar. La división empresarial encargada
del marketing de la serie, crearon un resquicio moral para justificar el
apabullante éxito y el impacto que pudo haber provocado en la sociedad. Lo
llamaron: Síndrome de Breaking Bad. “Realizar crímenes motivados por el deseo
de hacer el bien”; los actos de violencia que comete el ser humano son fruto
del deseo de hacer el bien. “Violencia Virtuosa” la llamaron los “especialistas”.
Es fácil deducir el carácter ideológico
de tamaño aserto. Primero le
atribuyen categorías existenciales y teleológicas; luego lo inscriben en el
marco de la genética y la psiquiatría. En consecuencia, el carácter
cientificista que le atribuyen a esa teoría, justifica toda laya de crímenes
que cometen los Poderes de cualquier ralea; especialmente los genocidios
religiosos y políticos realizados a
través de la historia humana. Los unos en nombre de un ser Supremo, los
segundos en nombre de la Ley, el orden o el bien común; aparentemente no
existen mejores y altruistas propósitos que esos fines. En el tema que nos
preocupa, la serie de TV, ninguno de los actores de esa tragedia humana
expresan responsabilidad moral, incluidos los representantes de la ley rielan
en la ambigüedad del bien y del mal. Además se los aísla del conjunto social, no aparecen como ciudadanos inmersos en otras
prácticas sociales: religiosas -es lo que abruma en ese País-, deportivas, políticas o ideológicas Etc. El Leitmotiv puro y duro, el alfa y omega
de ese desquiciado mundo del narcotráfico dibujado en Breaking Bad, es exclusivamente:
EL SINDROME DEL DINERO.
El mundo de Breaking Bad es un problema moral y por lo tanto
enfrentado a la ley. Sin embargo el
delito del narcotráfico es un burdo invento sin imaginación del sistema capitalista
transfigurado en el dinero principalmente, manejado por la banca corporativa,
la política y los otros poderes que subyacen
en pos de una práctica económica satanizada con formas de control y
dominio político a nivel global.
El dinero es el
Sistema. Eh ahí, el teorema. La estructura del sistema capitalista, y el modo
de vida del norteamericano se fundamenta en la cosificación del sujeto
volviéndolo objeto. Los daños colaterales del consumismo son los que nos
muestra la pantalla del espectáculo que no son asumidos por el relato sino por
el sistema. No está en duda el poder del dinero en el reino del capitalismo,
sirve para denotarse socialmente, para “asegurar un futuro económico” como
aspiraba White, para manejar el destino de los demás; y es el medio de cambio
en la economía de consumo irracional y demencial que ha creado el sistema. El
consumo es un rasgo del ser humano, las necesidades vitales se satisfacen
consumiendo: alimentos, vestido y demás. Pero el capitalismo depredador va mas
allá, ha construido una superestructura del consumismo, en la que, los miembros
de la sociedad deben ocupar una escala jerárquica; además esta alentada por
teóricos que sostienen que se debe alimentar el consumo para desarrollar las
economías. He ahí; también el “Santa Sanctorum”. Para pertenecer a ella, se
debe aprehender y educar en la cultura del consumo; tener alto dominio de las
categorías del producto, del fetiche de la mercancía, y poseer franquicias
identificadoras de consumidor, los
instrumentos de cambio: tarjetas, créditos, solvencias, Etc.; el consumo es un
acto de soledad aunque se realice en compañía, es también una demanda
impostergable. El estatus esta dado por la frecuencia y calidad de los productos
que se consume, perder esas cualidades provoca un miedo aterrador en los
individuos que viven en la sociedad de consumo. Ese era el pánico de Walter y
su esposa, no era la cárcel, a ella se la puede evadir con dinero; pero las
pesadillas, son volverse un “Consumidor Fallido” y lamerse en soledad las
heridas; lo que es lo mismo: parias, con todas las secuelas de marginación
social que condena el sistema.