viernes, 6 de febrero de 2015

SÍNDROME DEL DINERO

Arq. Vicente Vargas Ludeña                                                                         04/02/15
Barak Obama, Presidente de los Estados Unidos, expone que los recursos que la Nación posee y sobre los que su economía se sustenta, entre ellos, está el entretenimiento como filón inextinguible de su superestructura. Efectivamente, la cultura es el esqueleto al que se lo debe recubrir con diversas pieles hasta que adquiere forma de sistema; con ella la sociedad se caracteriza, se identifica y adquiere el sello de pertenencia en la cotidianeidad de los sujetos. Sirve para consumo interno y luego se exporta conjuntamente con los marines en plan de conquista por el mundo; y sistemáticamente va adquiriendo la forma de ideología del: American way of life, el Cow boy, la Big McDonald y más.
De los medios de masas más eficaces, es hasta ahora: la televisión. No tiene límites de penetración y su poder de ubicuidad en la vida del individuo se convierte en parte de su conciencia. El cine a pesar que tiene los mismos instrumentos técnicos, puede ser evadido por la gente, por su temporalidad y su especificidad espacial. La televisión tiene poderes que pueden hilvanar normas y formas de conducta secuencialmente en  la memoria de las personas, dada la intermitencia con la que se puede frecuentar. Es ahí, donde los gurús del entretenimiento construyen un corpus inapelable al relato que desean transmitir o divulgar, casi siempre en el marco de la violencia, sexo o juegos de poder.
La industria del entretenimiento como la llaman, para mí de dudosa acepción, porque no transforma en objeto ninguna materia prima instrumentalmente; claro que, desde la economía de escala es un producto de grandes proporciones corporativas y empresariales. Una de las características de la sociedad de consumo es el enaltecimiento de la novedad y la degradación de la rutina; los programas de televisión triviales con moldes efímeros ya explotados, no son apetecidos por el consumidor que exige cada vez más. Para saciar esa hambre cosificante del individuo, de comprender el sistema en que vive,  matar su tiempo, embeberse de superficialidades,  huir de su magra rutina; los señores  de la pantalla con  cualquier ingrediente los valores éticos y morales, son manoseados  con refinado gusto estético y técnico. De aquí nacen las SERIES con diferentes temáticas que entretienen, nada cuestionan, simplemente la exponen con la crudeza pertinente del crimen a mansalva. La reflexión que a continuación hago sobre la serie Breaking Bad, no es, ni remotamente una queja moral; es simplemente, una interpretación de la compleja magnitud del sistema en la sociedad norteamericana.
Breaking Bad (volviéndose malo o corrompiéndose), según sus panegiristas y  divulgadores, es la serie de televisión jamás vista en Estados Unidos; ha disparado todos los de indicadores de sintonía, recaudación, reconocimientos y premiaciones; ha dejado latentes efectos morales en alguna parte de la sociedad y en los analistas. Sin pujos de crítico, la considero una obra de alta factura técnica y estética: Precisa, colorida, polisémica, cuyo relato explota con destreza el mundo del narcotráfico y sus víctimas, la laxitud de la ley  y la ruptura de todo horizonte moral.
Son el arquetipo de dos familias norteamericanas, relacionadas por lazos de consanguineidad. Dos hermanas casadas: la una, Slyler esposa de Walter White, versado profesor de química de enseñanza media; la otra Marie, unida con un agente de alto rango de la DEA, Hank Schrader. Las razones de White para involucrarse en el delito de la droga es su peligrosa enfermedad cancerígena y el incierto futuro económico de su familia: esposa, hijo e hija; y por supuesto sus altos conocimientos técnico-científicos en el manejo de formulas anfetamínicas. Hank concuñado de Walter, es un aburrido agente antinarcóticos tal como lo demuestra su propia Organización, que sin evidentes actos de corrupción, tampoco responde a las exigencias de la sociedad. Entonces White, se inicia en la producción del narcótico, involucrando a Jesse Pinkman ex alumno suyo, ya  sin esperanza, y atrapado en el trasiego y consumo de drogas en la calle. Se inicia en un improvisado laboratorio, un rústico furgón  para “cocinar” la anfetamina. La calidad del cristal que cocina es del 97% de pureza, lo que lo convierte en néctar de alta demanda en el mercado callejero, produciendo enorme rentabilidad económica.
El éxito del producto, la existencia de un mercado cautivo de drogas en la sociedad, capos dispuestos a involucrarse en el rentable negocio, Walter White y todos los que lo rodean quedan atrapados para siempre en ese vórtice que cada vez adquiere más dimensión y velocidad hasta terminar tragados en sus oscuras profundidades. La producción de la droga adquiere proporciones alucinantes, se industrializa, se vuelve una mercancía de exportación; y el manejo lo realizan imperios económicos y criminales. No podía faltar el intermediario entre el delincuente y la ley: el Abogado Saul Goodman -de descollante actuación- su soltura, sus argumentos, el domino de la ley y sus grietas, el conocimiento detallado de las debilidades de los agentes, los meandros que debe recorrer el dinero para su licitud, la experiencia de las conductas y sicologías humanas; lo hace artífice de que todo se puede en la vida de la calle y también debajo; además, anticipándose siempre  a posible desastres ante contingentes acciones de sus impredecibles clientes. Su eslogan es: “Mejor Llame a Saul”.
La vorágine que provoca el intermitente y caudaloso ingreso de dinero a la talega de Walter, todo lo que toca y ama va contagiado de miedo, sospecha y desprecio a sí mismo. White ha demolido su conciencia, no tiene quien le reproche, desterró los escrúpulos, no hay cercos morales ya en su vida. Los otros, siguen la misma estela de desastres y lúgubres vidas. Son vidas que se enfrentan a la hipocresía del sistema, además lo desafían.
No cabe duda, es un excelente guión y  una maestra obra para la pantalla  del hogar. La división empresarial encargada del marketing de la serie, crearon un resquicio moral para justificar el apabullante éxito y el impacto que pudo haber provocado en la sociedad. Lo llamaron: Síndrome de Breaking Bad. “Realizar crímenes motivados por el deseo de hacer el bien”; los actos de violencia que comete el ser humano son fruto del deseo de hacer el bien. “Violencia Virtuosa” la llamaron los “especialistas”. Es fácil deducir el carácter ideológico  de tamaño aserto.  Primero le atribuyen categorías existenciales y teleológicas; luego lo inscriben en el marco de la genética y la psiquiatría. En consecuencia, el carácter cientificista que le atribuyen a esa teoría, justifica toda laya de crímenes que cometen los Poderes de cualquier ralea; especialmente los genocidios religiosos y políticos realizados  a través de la historia humana. Los unos en nombre de un ser Supremo, los segundos en nombre de la Ley, el orden o el bien común; aparentemente no existen mejores y altruistas propósitos que esos fines. En el tema que nos preocupa, la serie de TV, ninguno de los actores de esa tragedia humana expresan responsabilidad moral, incluidos los representantes de la ley rielan en la ambigüedad del bien y del mal. Además se los aísla del conjunto social,  no aparecen como ciudadanos inmersos en otras prácticas sociales: religiosas -es lo que abruma en ese País-, deportivas,  políticas o ideológicas Etc. El Leitmotiv puro y duro, el alfa y omega de ese desquiciado mundo del narcotráfico dibujado en Breaking Bad, es exclusivamente: EL SINDROME DEL DINERO.
El mundo de Breaking Bad es un problema moral y por lo tanto enfrentado a la ley.  Sin embargo el delito del narcotráfico es un burdo invento sin imaginación del sistema capitalista transfigurado en el dinero principalmente, manejado por la banca corporativa, la política y los otros poderes que subyacen  en pos de una práctica económica satanizada con formas de control y dominio político a nivel global.
 El dinero es el Sistema. Eh ahí, el teorema. La estructura del sistema capitalista, y el modo de vida del norteamericano se fundamenta en la cosificación del sujeto volviéndolo objeto. Los daños colaterales del consumismo son los que nos muestra la pantalla del espectáculo que no son asumidos por el relato sino por el sistema. No está en duda el poder del dinero en el reino del capitalismo, sirve para denotarse socialmente, para “asegurar un futuro económico” como aspiraba White, para manejar el destino de los demás; y es el medio de cambio en la economía de consumo irracional y demencial que ha creado el sistema. El consumo es un rasgo del ser humano, las necesidades vitales se satisfacen consumiendo: alimentos, vestido y demás. Pero el capitalismo depredador va mas allá, ha construido una superestructura del consumismo, en la que, los miembros de la sociedad deben ocupar una escala jerárquica; además esta alentada por teóricos que sostienen que se debe alimentar el consumo para desarrollar las economías. He ahí; también el “Santa Sanctorum”. Para pertenecer a ella, se debe aprehender y educar en la cultura del consumo; tener alto dominio de las categorías del producto, del fetiche de la mercancía, y poseer franquicias identificadoras de consumidor,  los instrumentos de cambio: tarjetas, créditos, solvencias, Etc.; el consumo es un acto de soledad aunque se realice en compañía, es también una demanda impostergable. El estatus esta dado por la frecuencia y calidad de los productos que se consume, perder esas cualidades provoca un miedo aterrador en los individuos que viven en la sociedad de consumo. Ese era el pánico de Walter y su esposa, no era la cárcel, a ella se la puede evadir con dinero; pero las pesadillas, son volverse un “Consumidor Fallido” y lamerse en soledad las heridas; lo que es lo mismo: parias, con todas las secuelas de marginación social que condena el sistema.